“Me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20 ). Estas palabras de San Pablo creo pueden considerarse como el eje central de mi vocación religiosa de Sierva de María.

 Tengo que comenzar diciendo que cuando era niña, nada hacía presagiar que en el futuro sería Religiosa, ya que he sido una chica del “montón”, como se suele decir, con unas raíces cristianas básicas, sí, pero no mucho más; Iba a Misa los domingos y rezaba por las noches antes de acostarme, pero para mí Dios era un ser lejano, el Creador de todo al que tarde o temprano todos hemos de rendirle cuentas, por tanto, mi escasa relación con El era mero cumplimiento.

 Inesperadamente, estando en 7º de E.G.B, el Señor puso a las Siervas de María en mi camino: fueron al colegio donde yo estudiaba y nos ofrecieron la posibilidad de seguir los estudios en un internado que ellas tenían en Burlada (Navarra) e ir discerniendo a la vez una posible vocación religiosa; yo me apunté para ir, pero no con la intención de llegar algún día a ser Religiosa (eso no pasaba por mi mente), sino porque me atraía la idea de convivir con otras chicas de mi edad.

 El Señor se valió de esto para poco a poco, sin apenas darme yo cuenta, ir penetrando en mi vida… Lo primero que me llamó la atención en la relación con las Hermanas es que no eran personas serias y distantes como a veces nos imaginamos, sino que por el contrario, eran sencillas, abiertas… y, sobre todo, lo que más me impactaba era la alegría y felicidad que irradiaban; esto me interpelaba de continuo: ¿de dónde procedía esta felicidad en unas mujeres cuya vida era de renuncia y entrega?. Con el tiempo fui dándome cuenta de que era Dios quien llenaba sus vidas, un Dios al que fui descubriendo y conociendo en la Persona de Jesús de Nazaret. El ejemplo de vida de las Religiosas y los momentos de oración o convivencias que teníamos las colegialas, me fue acercando a un Dios desconocido para mí hasta entonces: Un Dios que me conoce y me ama personalmente y, además, con un amor gratuito e incondicional; un Dios cuya principal característica es la MISERICORDIA.

 Durante los años que permanecí en Burlada se daba en mí una constante contradicción: por una parte, admiraba la vida de estas mujeres y deseaba poder algún día llegar a formar parte de su Congregación, pero, por otra parte temía el compromiso, el riesgo que esto suponía en mi vida…

 Me sentía feliz cuando iba a una residencia de señoras que tienen allí las Hermanas, me atraía el estilo de vida iniciado por Santa Mª Soledad Torres Acosta en la Iglesia, sobre todo el rasgo de gratuidad en la asistencia a los enfermos en el propio domicilio de éstos, pero siempre daba largas a Dios con la excusa de que era difícil saber si ésta era realmente su voluntad; otra excusa que ponía a la hora de decidirme era el sentirme limitada y llena de defectos para realizar dicha vocación: yo consideraba a todas las Hermanas santas y me sentía lejos del ideal de vida al que aspiraba; pensaba que Dios no podía concederme a mí el don de la vocación Religiosa porque era algo reservado a almas privilegiadas. ¡Cuánto me costó convencerme de que la vocación es un don gratuito y no exige méritos por nuestra parte!; lo importante no era hacer grandes cosas, sino dejarme hacer y modelar por Dios. El ha llevado siempre la iniciativa, como bien me lo ha demostrado a lo largo de estos años de recorrido en su seguimiento.

 Cuando por fin me decidí, en el año 1990, a decir Sí a la llamada de Jesús y entrar en el Noviciado a comenzar una nueva vida, una gran paz inundó mi corazón: en esta paz creo que encontré la certeza de mi vocación. Este SI ha querido ser un poner la vida en sus manos, una manera de corresponder al mucho amor recibido de Jesús; mi vida es don suyo y, como tal, no me pertenece, sino que me la ha dado para poder donarla a los demás; por eso, quiero seguir intentado ser canal de su misericordia y ternura en medio de mis hermanos, sobre todo de aquellos que sufren.

 Desde que me decidí a comenzar a caminar tras las huellas de Jesús, me he sentido totalmente identificada como Sierva de María, a pesar de mis fallos. Han sido muchas las alegrías vividas; también han aparecido sufrimientos y dificultades a lo largo del camino, pero puedo decir con verdad que se han hecho realidad en mi vida las palabras que Dios dirigió a San Pablo: “Te basta mi gracia; mi fuerza se muestra en tu debilidad” (2Co 2,19). Por eso, como María en el Magníficat, puedo decir “El Señor ha hecho en mí maravillas”. Gloria al Señor.

Sor Ana Bahón
S. de Mª