Con amor eterno te he amado
…No temas que estoy contigo…porque eres preciosa a mis ojos… Esta y otras frases afloran en mí cuando reflexiono o me interrogan sobre mi vocación. La lectura de estos textos me provoca asombro ante el misterio del amor de Dios al hombre y a mí en particular.
Nací en un pequeño pueblo de Navarra. El Señor me regaló unos padres y unos hermanos maravillosos. Pobres en bienes materiales, pero ricos en valores humanos y espirituales. Once hermanos. Yo la penúltima. Tengo otras dos hermanas religiosas.
Tenía 14 años cuando el Párroco, que me conocía muy bien, me dijo: "Tienes una vocación religiosa muy clara". Yo también lo sentía. Y me propuso ingresar en el Colegio Apostólico de una determinada Congregación Religiosa. No me gustó la propuesta. Le respondí que lo pensaría, pero internamente me dije: “Seré religiosa cuando yo quiera”. Era bastante independiente.
Pasaban los años. La llamada seguía en mí, muy clara, pero la respuesta era siempre negativa. Muchas veces me preguntaba: ¿Por qué yo? ¿Por qué no puedo formar una familia como lo están haciendo mis amigas? Quería olvidar la llamada. Huir de Dios. Me enamoré de un joven. Pero no podía seguir adelante. ALGUIEN en mi interior me decía con insistencia: “Deja todo. Te he elegido. Tú eres mía” Luché a brazo partido con el Señor, pero al fin fue suya la victoria. Fue grande el amor y la paciencia que el Señor tuvo conmigo.
A los 22 años el Señor puso en mi camino a un P. Jesuita. En el primer encuentro me dijo: “Tú tienes una vocación religiosa muy clara. ¿Lo has pensado?” Me quedé sorprendida- De nuevo el Señor me estaba llamando. Le respondí que sí, pero que me resistía a dar el Sí al Señor.
A partir de este momento comencé a ceder, a dejar a Dios ser Dios en mi vida. A los 23 años ingresé en el Noviciado de las Siervas de María. Desde el primer momento me sentí completamente libre y feliz.
Acabada mi formación comencé mi asistencia a los enfermos. Con la gracia del carisma, el Señor va potenciando en mí los dones y cualidades que él me ha regalado: La capacidad de amor, de entrega, de comprensión, de misericordia, de acogida para dar y darme con todo lo que soy y lo que tengo a mi Comunidad y a los enfermos.
En mi vida, como en la vida de toda persona, ha estado presente la cruz: Enfermedad, incomprensión, fracasos, miedos…, pero siempre me he apoyado en la fidelidad de Dios, y como San Pablo puedo decir: “Todo redunda en bien de los que aman a Dios”. El Señor ha ido modelando mi vida para realizar en mí su proyecto de Amor. Me siento amada por Dios con un amor personal y entrañable. Y en mí está vivo el deseo de creer en el Amor y dejarme amar. Esta es la historia de mi vocación. Una historia de amor en la que la iniciativa ha sido siempre de Dios. De mi corazón brota en todo momento la alabanza y la acción de gracias, y repito con el salmista: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, te doy gracias. Dios mío yo te ensalzo”.
(Sor Mercedes Tranche S. de M.)
…No temas que estoy contigo…porque eres preciosa a mis ojos… Esta y otras frases afloran en mí cuando reflexiono o me interrogan sobre mi vocación. La lectura de estos textos me provoca asombro ante el misterio del amor de Dios al hombre y a mí en particular.
Nací en un pequeño pueblo de Navarra. El Señor me regaló unos padres y unos hermanos maravillosos. Pobres en bienes materiales, pero ricos en valores humanos y espirituales. Once hermanos. Yo la penúltima. Tengo otras dos hermanas religiosas.
Tenía 14 años cuando el Párroco, que me conocía muy bien, me dijo: "Tienes una vocación religiosa muy clara". Yo también lo sentía. Y me propuso ingresar en el Colegio Apostólico de una determinada Congregación Religiosa. No me gustó la propuesta. Le respondí que lo pensaría, pero internamente me dije: “Seré religiosa cuando yo quiera”. Era bastante independiente.
Pasaban los años. La llamada seguía en mí, muy clara, pero la respuesta era siempre negativa. Muchas veces me preguntaba: ¿Por qué yo? ¿Por qué no puedo formar una familia como lo están haciendo mis amigas? Quería olvidar la llamada. Huir de Dios. Me enamoré de un joven. Pero no podía seguir adelante. ALGUIEN en mi interior me decía con insistencia: “Deja todo. Te he elegido. Tú eres mía” Luché a brazo partido con el Señor, pero al fin fue suya la victoria. Fue grande el amor y la paciencia que el Señor tuvo conmigo.
A los 22 años el Señor puso en mi camino a un P. Jesuita. En el primer encuentro me dijo: “Tú tienes una vocación religiosa muy clara. ¿Lo has pensado?” Me quedé sorprendida- De nuevo el Señor me estaba llamando. Le respondí que sí, pero que me resistía a dar el Sí al Señor.
A partir de este momento comencé a ceder, a dejar a Dios ser Dios en mi vida. A los 23 años ingresé en el Noviciado de las Siervas de María. Desde el primer momento me sentí completamente libre y feliz.
Acabada mi formación comencé mi asistencia a los enfermos. Con la gracia del carisma, el Señor va potenciando en mí los dones y cualidades que él me ha regalado: La capacidad de amor, de entrega, de comprensión, de misericordia, de acogida para dar y darme con todo lo que soy y lo que tengo a mi Comunidad y a los enfermos.
En mi vida, como en la vida de toda persona, ha estado presente la cruz: Enfermedad, incomprensión, fracasos, miedos…, pero siempre me he apoyado en la fidelidad de Dios, y como San Pablo puedo decir: “Todo redunda en bien de los que aman a Dios”. El Señor ha ido modelando mi vida para realizar en mí su proyecto de Amor. Me siento amada por Dios con un amor personal y entrañable. Y en mí está vivo el deseo de creer en el Amor y dejarme amar. Esta es la historia de mi vocación. Una historia de amor en la que la iniciativa ha sido siempre de Dios. De mi corazón brota en todo momento la alabanza y la acción de gracias, y repito con el salmista: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, te doy gracias. Dios mío yo te ensalzo”.
(Sor Mercedes Tranche S. de M.)