“La noche no interrumpe tu historia con el hombre, la noche es tiempo de salvación”. Así comienza un himno de la Liturgia de las Horas (Vísperas del martes de la segunda semana del salterio) y de esta realidad es testigo la Sierva de María en su ministerio junto al enfermo.
Las Siervas de María estamos llamadas a ser contemplativas en la acción; por eso no ha de haber separación o ruptura entre nuestra oración (unión con Dios) y la acción o misión (entrega en el servicio al hermano enfermo); con razón se ha llegado a decir que para la Sierva de María no ha de haber interrupción entre el Sagrario y la habitación del enfermo.
La Sierva de María no se limita, en su misión, a cuidar cuerpos, sino que nuestro apostolado quiere ser integral, procura ser una atención holística –como se dice actualmente-, donde adquiere importancia la realidad concreta del enfermo, teniendo especial interés por su dimensión espiritual. “Curad a los enfermos y decidles: « el Reino de Dios está cerca de vosotros »” (Lc 10, 9); esta frase evangélica es una buena síntesis de lo dicho. ¡En cuántas ocasiones la Sierva de María es testigo privilegiado del paso de Dios por la vida del enfermo!
Jesús dice: “Estuve enfermo y me visitasteis”. Por eso, nosotras – como María cuando visitó a su prima Isabel en su propio domicilio- queremos ir allí donde el enfermo se encuentre: hospitales, centros sociosanitarios… y, de modo preferente, en su domicilio, respondiendo así a los deseos del propio enfermo que muchas veces quiere ser atendido en su casa, allí donde está todo lo más querido para él: su familia y su intimidad.
En muchas ocasiones, dependiendo de la situación del enfermo, nuestra misión se reduce a ESTAR, pero con todo lo que esta palabra implica: la simple presencia de la Sierva de María puede confortar al enfermo al igual que Jesús se sintió aliviado en su sufrimiento cuando vio que la Virgen María estaba al pie de la Cruz ; aquí ejerce la Sierva de María su sacerdocio común, ofreciendo al Padre los sufrimientos del enfermo y su propio sacrificio; esto se prolonga en el ofertorio de la Eucaristía, momento en que la Sierva pone en la patena del altar la noche pasada junto a los miembros dolientes del Cuerpo Místico, apostolado muchas veces oculto a los ojos de los hombres, pero que no pasa desapercibido para Dios.
Pero ¿cómo transcurre la noche?. Hay que decir que no hay dos noches iguales, por lo que la Sierva ha de vivir atenta… ya que cada noche es imprevisible. A grandes rasgos se puede decir que a primera hora se realizan todos los cuidados que el enfermo necesita: cena, medicación, aseo… noche tras noche se va entablando una relación no sólo con la persona enferma, sino con todo su entorno familiar. Muchas veces la Sierva de María es guardiana de grandes tesoros, ya que cada persona es un misterio y en ocasiones nos es posible entrever parte de él. Durante la noche, cuando se sufre y no es posible conciliar el sueño, muchos enfermos nos abren su corazón, enriqueciéndonos con su vida y su persona. Y, cómo no, la Sierva de María y el enfermo se unen en numerosas ocasiones en su oración a Dios.
Según van pasando las horas, se van aplicando los remedios que el enfermo precise en cada momento: cambios posturales, medicación, un vaso de agua, ahuecar la almohada… tantos pequeños detalles que, a veces ni el enfermo puede pedir, pero que facilitan su descanso y reposo. Cuando no se requieren cuidados, la Sierva aprovecha para orar, leer, coser… para ella la noche se convierte en día, ya que durante el día ha de descansar y reponer fuerzas para poder estar en vela durante la noche.
Para concluir, sólo decir que nuestra misión no se realiza en solitario: es mi comunidad la que me envía, en nombre de la Iglesia, a ser testigo de Cristo en medio del mundo, prolongando su misión. Por eso nuestra misión requiere vivir muy unidas a Jesús, para que poco a poco nos vayamos contagiando de sus gestos de amor y misericordia y así podamos seguir siendo testigos creíbles de su Evangelio.